jueves, 13 de septiembre de 2007

El Santo Patrón

Le llamaban Indiana, aunque era un Indiana bajito y con gafas, vivaracho como un rabo recién cortado de lagartija. Le vi por primera vez en un albergue en Imlil, donde yo acababa de regresar del Toubkal y el arribó conduciendo una furgoneta con un viaje alternativo que recorría la cordillera del Atlas y el desierto marroquí.

Imlil no era mas que un pueblucho en cuesta, situado a 1.740 metros de altitud en medio de la cordillera del Atlas, donde para llegar a las casas había hasta que vadear por un paso de piedras un torrente y en el que comenzaban a poner el agua corriente en algunas casas, pero donde aun las mujeres beréberes con sus coloridos pañuelos a la cabeza se reunían en torno al caño de la fuente con sus cantaros; mas o menos me recordaba cualquier pueblo de nuestra geografía hace 50 años.

Tras las hermosas puestas de sol en la terraza del albergue y antes y después del inevitable tajin que constituía la cena, la única bebida aconsejable era el te a la menta y en torno a la tetera con que escanciábamos el te en nuestros vasos, inevitablemente se formaba una animada tertulia, donde se intercambiaban informaciones sobre la ruta, se contaban anécdotas del camino y se disertaba sobre todo lo divino y humano.

Indiana era un ameno conversador con el que se congeniaba fácilmente y que nos contagiaba de su alegría por la vida haciéndonos reír a carcajadas con sus relatos, vivía durante el verano con su furgoneta Iveco adaptada, organizando viajes alternativos, rebosando la baca de macutos y bicicletas, por los países del norte de África y durante el invierno, en su Tolosa natal, trabajaba restaurando muebles y antigüedades.

Y una de sus historias que aun no he podido comprobar si es o no cierta (tengo aun pendiente un viaje a Tolosa para comprobarlo) es de las que difícilmente se olvidan:

Estaban hace unos años arreglando la techumbre de la Iglesia de Tolosa, cuando no se sabe porque causa, se les soltó un día el contrapeso de la grúa, que atravesó perforando el tejado sobre la capilla del Santo patrón y a San Juan le arranco la cabeza, partiéndosela al medio y saltándole un ojo.

Me encargaron restaurarlo y además con prisas porque las fiestas estaban cercanas y había que sacar al santo en procesión, la cabeza era de buena madera, dura de encina y su restauración no era difícil, pero los ojos eran otro cantar, uno se había hecho añicos y era irrecuperable por completo, así que había que encargar que le hicieran unos ojos nuevos de cristal.

Y como los Guipuchis somos muy elegantes y además era los ojos de nuestro santo patrón, la cofradía del pueblo los encargo de cristal de Bohemia, nada mas ni nada menos que a la Republica Checa, así que desmonte el ojo que le quedaba sano y lo mandamos con el encargo de realizar dos ojos nuevos similares al antiguo. Nuestro San Juan tan austero en vida, iba a disfrutar en imagen de unos ojos bohemios, un regalo incongruente para su ascético y maltratado cuerpo, en fin que iba a disfrutar de una visión de lujo.

Los ojos encargados tardaron la rehostia, pero por fin llegaron pocos días antes de las fiestas, coincidiendo con una remesilla de buen afgano que, lo primero es lo primero, catamos inmediatamente antes de que San Juan nos pudiera ver con los ojos en la cara.
El afgano estaba de puta madre y repetimos aunque era fuertecillo y aparte del buen cuerpo y las risillas, al tercero ya comenzamos a notar un cierto mareillo, que se me agudizo cuando prepare el Araldit para pegarle los ojos en las restauradas vacías cuencas de madera policromada, que nos habían quedado bien guapas, que mas que la cara de un San Juan, parecía la de un San Luis.
Así que le dije a mi compadre: -Pónselos tú, que yo no calculo bien las distancias en estos momentos y me senté quedándome con la musiquilla de fondo que teníamos puesta, transpuesto unos minutos.
Cuando despertamos, porque mi compadre estaba por lo que paso después mas o menos en la misma situación que el Menda, al mirar al Santo se nos cayo el cielo encima, los ojos estaban mal colocados y el San Juan cruzaba la mirada bizqueando o como dicen por mi tierra el santo miraba a izquierdas.
Si no fuera por el desastre que suponía, el Araldit ya había endurecido e intentar sacarlos enteros y ponérselos de nuevo era prácticamente imposible, pedir otros nuevos no daba tiempo por la inmediatez de las fiestas, la cosa tenia su gracia, porque el rostro de San Juan quedaba muy cómico, mas que a la piedad movía a la carcajada.
Le dimos mil vueltas al asunto a ver si encontrábamos alguna solución para el desaguisado, pero por mas que nos estrujamos la mollera no encontramos ninguna satisfactoria, así que haciendo de tripas corazón decidimos que a lo hecho pecho, consolándonos que tal vez en la altura de la hornacina donde estaba colocado y contando con la penumbra que reinaba en la iglesia, no se le notara demasiado.

Ilusión vana, los del pueblo, casi todos los tolosanos y casi todos los tolosarras, aun andan diciendo que fue una venganza, que qué se podía esperar del Indiana, si su abuelo, el feriante de los caballitos, fue un anarquista de los de la CNT.


Lázaro Zapata a 27 de Fructidor de 215 en La Granja